El verano pasado ardieron más de 400.000 hectáreas, el 4,5% de su superficie.

Confederação Portuguesa das Associações de Defesa do Ambiente. Revista El Ecologista nº 38.

Desde hace mucho tiempo los incendios forestales constituyen un grave problema en Portugal. Todos los años, en el verano, puede decirse con propiedad que el país se quema. En 2003 la situación ha adquirido dimensiones catastróficas, debido a la extraordinaria ola de calor que sufrimos. Los sistemas de protección civil, prevención y combate de los incendios no tuvieron capacidad de respuesta y en algún caso la situación se hizo insostenible. Los problemas estructurales y coyunturales, no siendo propiamente una novedad, quedaron al descubierto. Resultado: el área que se ha quemado este año ha sido la mayor en la historia de Portugal.

Las causas de esta catástrofe recurrente son múltiples, en su mayoría estructurales:
- En la vegetación predomina el cultivo de pino y eucalipto, especies altamente combustibles, debido respectivamente a las resinas y a los aceites. Estos terrenos son mucho más vulnerables al fuego que los ocupados por robles, alcornoques, encinas y otras especies autóctonas.
- Todo el espacio rural y forestal está desertificado en términos humanos; las aldeas están envejecidas a causa de la emigración a las ciudades y el uso de la vegetación se ha alterado sustancialmente. De esto se deducen tres efectos que contribuyen a la vulnerabilidad al fuego: primero, los terrenos que hace algunas décadas estaban destinados a la agricultura de subsistencia han dado lugar a espacios yermos y a manchas dispersas de vegetación; segundo, las masas arbóreas dejaron de ser utilizadas para leña y uso ganadero; tercero, desapareció la población de las aldeas, primera fuerza de prevención y combate de los incendios.
- El Estado mantiene apenas un 3% del territorio, correspondiendo otro 12% a terrenos baldíos casi sin gestión. El restante 85% pertenece a medio millón de propietarios repartido en superficies con una dimensión media de 5 hectáreas (aún menos en las regiones más vulnerables, y estando frecuentemente la propiedad segmentada en varias parcelas). Como es obvio, semejante situación dificulta cualquier gestión coherente. Un ordenamiento adecuado sólo sería posible mediante el asociacionismo agrario, algo que en Portugal está todavía en sus comienzos.
- Los diversos servicios estatales responsables del sector de incendios sufren graves carencias en medios humanos, materiales, de formación y de coordinación, siendo muy escaso el número de retenes.
- Los fuegos provocados son frecuentes y raramente se penalizan. Tienen dos orígenes principales: los pirómanos (influidos negativamente por los mensajes morbosos de los medios de comunicación) y los intereses económicos o personales.
- La negligencia es igualmente frecuente y también pocas veces se penaliza, teniendo su origen principalmente en fuegos fuera de control, colillas y hogueras mal apagadas.

En síntesis, Portugal sufre una situación estructural que propicia los incendios forestales. Esta catástrofe no viene dada por una maldición o un destino fatal, sino que tiene su origen en la ausencia de una política forestal estratégica y coherente. Coyunturalmente, en 2003 se añadieron unas circunstancias desgraciadas como una primavera relativamente lluviosa que incrementó la carga térmica de la masa forestal, un verano anormalmente caliente, y un nuevo esquema de coordinación en la prevención y combate de los incendios que no fue debidamente contrastado y que acabó por fallar en los momentos más críticos.

Consecuencias

Las consecuencias de los incendios a estas escalas son muy graves: en primer lugar, la pérdida de vidas humanas y otros bienes materiales, además del daño a otros valores económicos del campo, desde la madera a los frutos, pasando por la miel o por los valores paisajísticos o turísticos; la pérdida de valores ecológicos; la desregulación del ciclo hídrico, con fenómenos de erosión, obstrucciones de los cauces de los ríos, aumento de la escorrentía superficial y, por tanto, de la frecuencia y dimensión de las crecidas, reducción de la recarga de acuíferos con el consiguiente agravamiento de las sequías; la contaminación provocada por el incendio, incluyendo la emisión de gases de efecto invernadero.

Soluciones

Se pueden apuntar seis conjuntos de medidas para solucionar los incendios forestales:

1. Crear estrategias de desarrollo sostenible en las zonas forestales. Hay que pensar qué bosques queremos tener al final del siglo XXI y construir las políticas forestales a partir de este pensamiento. Los bosques, entendidos como valor estratégico, tienen que ser planeados a cien años: serán nuestros hijos y nietos quienes recogerán los resultados de las buenas o malas medidas que tomemos hoy, tal y como nosotros estamos ahora pagando la factura de los errores cometidos por nuestros padres y abuelos.

2. El fomento de las especies autóctonas. Debemos apostar por la expansión de las especies autóctonas (robles, castaños, cerezos…) por diversos motivos: a largo plazo producen mayor rendimiento por hectárea, sirven para aplicaciones como mobiliario o construcciones de calidad; son más compatibles con el uso múltiple del campo (pastoreo extensivo, apicultura, turismo rural…); son menos vulnerables a los incendios; son mejores para la conservación del suelo y la regulación del ciclo hídrico; tienen rotaciones más largas y mayor biomasa, siendo más eficaces como sumideros de carbono.

Sin embargo, hay dos condicionantes para esta expansión: el estado lamentable de los suelos y el largo tiempo de recuperación de la cubierta vegetal. El primer problema podrá ser parcialmente resuelto a través de la repoblación con una mezcla de especies, mientras que la solución del segundo pasa necesariamente por establecer políticas de incentivos económicas estatales, como préstamos subvencionados o alquileres de larga duración.

3. El asociacionismo agrario. Con la mayor parte del área forestal en manos de minifundistas el asociacionismo es indispensable para una gestión consecuente en todas las vertientes: la perspectiva estratégica, la conservación de los recursos, la racionalidad económica, la productividad, la certificación de los productos forestales, la prevención de incendios. El asociacionismo debe ser autónomo y tener una raíz local, pero debe también estar incentivado, apoyado y reconocido por el Estado, porque si no el tiempo de maduración de estas estructuras resultará demasiado largo. En relación con los terrenos de baldío, será indispensable establecer unas contrapartidas entre el Estado y quienes se aprovechan de ellos, para conseguir una gestión adecuada.

4. La intervención del Estado. El Estado debe incrementar su actuación sobre los bosques para garantizar una gestión a largo plazo con el fin de conservar la naturaleza, para investigación científica, recreo y reservas económicas y estratégicas. Deberá corregir la gestión de las áreas de donde es propietario y a ser posible, ampliarlas. Por otro lado tendrían que constituirse de nuevo los servicios forestales, hoy virtualmente desmantelados y diluidos en los servicios agrícolas. Tales servicios deberían estar más ligados a la cartera de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, que a la de Agricultura, lo que de hecho se hace ya en las áreas protegidas.

En el terreno, es necesario incrementar los equipos de retenes o guardias forestales, dedicados a la prevención y a la primera intervención en la época de fuegos y otras formas de prevención de incendios o de conservación de la naturaleza a lo largo de todo el año (p. ej. mantenimiento de caminos, vigilancia de fuegos controlados, etc.). La experiencia nacional e internacional demuestra que estos profesionales son esenciales para la buena gestión de las zonas boscosas, y resultan más eficaces para el combate de los incendios forestales que los bomberos convencionales.

5. La coordinación en el combate a los incendios es necesaria, hay que dejar de lado la lógica de los feudos y crear sistemas que funcionen.

6. Desmontar los intereses económicos. Es lícito sospechar que muchos incendios están relacionados con intereses económicos diversos, por ello es necesario eliminar las situaciones que reportan beneficios después de un incendio forestal.

En resumen, las soluciones para resolver el problema de los incendios forestales no son simples pero están evaluadas y estudiadas hace ya mucho tiempo. Lo que se necesita es voluntad política y energía para llevarlas a la práctica.

El mundo en llamas
Según datos de FAO, el 95% de los incendios forestales son provocados por diversas actividades humanas.
Algunos datos de los dramáticos incendios de 2003, hasta el 30 de septiembre, son:
- Portugal ha perdido 417.000 hectáreas, el triple del promedio de las dos últimas décadas.
- En la Federación Rusa han ardido 23,7 millones de hectáreas, casi la mitad de la superficie del Estado español.
- En EE UU se han quemado 2,8 millones de hectáreas.
- Australia ha perdido ¡60 millones de hectáreas! (más que la superficie de España) durante los incendios de este año.