El debate sobre los usos energéticos de la biomasa surge en un contexto de enorme complejidad y tiene implicaciones de largo alcance.

Por una parte, se desenvuelve en un escenario de calentamiento global, cuyas cada vez más inminentes consecuencias obligan a tomar medidas radicales que reduzcan drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). El calentamiento global, si continúa profundizándose, va a suponer un cambio de las condiciones de vida en el planeta de magnitud geológica.

Frenar el cambio climático significa dejar de acumular gases de efecto invernadero en la atmósfera y eso implica reducir el consumo energético de manera importante. El trabajo de atrapar los gases una vez vertidos es realizado por el mar y la vegetación (incluye el suelo), que están absorbiendo la mitad del CO2 emitido. Sin embargo, los océanos empiezan a dar señales de saturación y la vegetación puede dejar de ser un sumidero en pocas décadas.

Evitar un cambio climático peligroso exige limitar el aumento de temperatura en 1,5 ºC, para ello es necesario que las emisiones mundiales de GEI, actualmente en constante aumento, comiencen a reducirse drásticamente, para que en 2050 se alcance una sociedad muy baja en carbono. En el camino que debe guiarnos hacia este cambio de modelo debe de evitarse someter a los ecosistemas a una especulación adicional por su papel como sumideros, de forma que se recurra a dobles contabilidades para la justificación de los compromisos adquiridos tras la firma del Acuerdo de París.

Este debate climático se encuentra conectado con la insostenibilidad de los niveles de consumo energético y los usos del territorio actuales. Hemos de promover el uso de recursos renovables en detrimento de los no renovables, pero con conciencia de que la mera sustitución de unos por otros, dentro del marco de consumo creciente actual, no supondrá avances significativos si no va acompañado de fuertes medidas de reducción. Lo sostenible a escala pequeña y local puede ser insostenible a escala grande y global.

Paradójicamente, en este marco de crisis, que obligaría a una drástica disminución del consumo energético y de la movilidad, el escenario es de crecimiento desbocado. Entre 1990 y 2007 se han alcanzado records en los consumos energéticos, de forma que solo el freno del desarrollismo de 2008 fue capaz de generar una reducción de las emisiones de gases de efecto inverndero.

Los planes y estrategias, tanto españolas como europeas, de participación de los biocombustibles en el total de las renovables, muestran una apuesta clara por este tipo de energía. El Plan de Energías Renovables 2011-2020 establece el objetivo de alcanzar un 9,53 % de biocarburantes en el total del consumo para transporte (que junto al objetivo de electricidad renovable en el sector, alcanzaría el 11,3 %). El objetivo a nivel europeo pasa por alcanzar con agrocombustibles el 10 % del consumo total de carburantes para el año 2020. Mientras que se ha limitado al 7 % el uso de agrocombustibles procedentes de cultivos alimentarios o energéticos el 3% restante queda condicionado al desarrollo de agrocarburantes de segunda generación y la electrificación del transporte. Según el Informe “Cars and trucks burn almost half of palm oil used in Europe” de Transport and Environment, se estima que de cumplir con el objetivo previsto para 2020 las emisiones del transporte europeo aumenten en un 4 %, el equivalente 12 millones de vehículos adicionales en nuestras carreteras únicamente por la inclusión de los denominados combustibles de 1ªgeneración dentro de los objetivos.

Por otra parte, en el Estado español avanzan de forma importante los procesos de erosión, pérdida de suelo fértil, y desplazamiento de materia orgánica vinculados a actividades antrópicas. El suelo fértil es un recurso que se renueva muy lentamente, lo cual lo convierte, a efectos prácticos, en un bien no renovable. En este marco, el uso energético de la biomasa compite con su aprovechamiento en la aplicación al suelo, de modo que contribuya a cerrar los ciclos de materiales en las actividades agrarias, paliando así los efectos erosivos, controlando determinadas plagas, reduciendo la necesidad del uso de aportes y fertilizantes externos, etc.

De otro lado, la biomasa constituye la única fuente de energía renovable capaz de ser almacenada sin vectores energéticos intermedios ni dispositivos técnicos complicados y, por lo tanto, de ser predecible y utilizable para el transporte a corto plazo y sin transformaciones tecnológicas importantes en los vehículos.
La producción de biomasa conlleva necesariamente un consumo hídrico de cierta entidad, sin embargo, en nuestro estado éste es un recurso cuyo volumen se está reduciendo año tras año como consecuencia del cambio climático y la sobreexplotación de los acuíferos. En concreto se estima en una pérdida de un 1 % anual, como media, de los recursos hídricos disponibles, exceptuando las cuencas del norte.

Además, el uso energético de la biomasa conlleva diversas agresiones ambientales que, dado el proceso de pérdida de biodiversidad al que nos enfrentamos a nivel mundial, requiere que estos aprovechamientos no supongan impactos significativos al medio natural.

Otro de los problemas asociados a la producción de biomasa es la creciente utilización de agroquímicos, que está provocando problemas ecológicos muy graves, como la muerte de grandes zonas marinas por contaminación por nitratos como, por ejemplo, en el Golfo de Méjico, o la contaminación de los propios acuíferos, como ocurre en la mayoría de zonas con explotaciones agrarias intensivas. Por otro lado se intensifica el riesgo de la introducción de transgénicos para potenciar la aplicación energética de determinadas especies de lo que no se conocen bien las consecuencias que podría tener.

PDF - 877.5 KB
[Informe] Buenas prácticas para el clima en el aprovechamiento de diferentes tipos de biomasa

También hay que considerar que, en una economía sostenible, habrá que sustituir un número creciente de recursos no renovables por renovables, lo que incidirá aún más en la presión sobre la demanda de biomasa. Aunque, por otra parte, en esta sociedad sostenible la dieta deberá ser más vegetariana que ahora, lo que debería compensar esta presión sobre la biomasa.

En este escenario complejo de crecimiento sostenido del consumo energético y de la movilidad, de aumento de población, de explosión urbana y del urbanismo disperso, de final de la era del petróleo barato, de cambio climático, de pérdida de suelos fértiles y de importantes impactos sociales y ambientales como consecuencia de todo ello, es preciso analizar el papel que debe jugar la energía obtenida a partir de la biomasa como parte de una alternativa energética.